COMO TÚ
Yo como tú
amo el amor,
la vida,
el dulce encanto de las cosas
el paisaje celeste de los días de enero.
También mi sangre bulle
y río por los ojos
que han conocido el brote de las lágrimas.
Creo que el mundo es bello,
que la poesía es como el pan,
de todos.
Y que mis venas no terminan en mí,
sino en la sangre unánime
de los que luchan por la vida,
el amor,
las cosas,
el paisaje y el pan,
la poesía de todos.
Roque Dalton
Las leyes son para que las cumplan
los pobres.
Las leyes son hechas por los ricos
para poner un poco de orden a la explotación.
Los pobres son los únicos cumplidores de leyes
de la historia.
Cuando los pobres hagan las leyes
ya no habrá ricos.
27 AÑOS
Es una cosa seria
tener veintisiete años
en realidad es una
de las cosas más serias
en derredor se mueren los amigos
de la infancia ahogada
y empieza a dudar uno
de su inmortalidad.
Roque Dalton fue asesinado hace 31 años (un 10 de mayo de 1975). El poeta del “Pulgarcito” de América (así denominó Gabriela Mistral a El Salvador, por ser el país americano más chiquito) hablaba así de la ética poética:
“No confundir, somos poetas que escribimos desde la clandestinidad en que vivimos. No somos, pues, cómodos e impunes anonimistas: de cara estamos contra el enemigo y cabalgamos muy cerca de él, en la misma pista. Y al sistema y a los hombres que atacamos desde nuestra poesía con nuestras vidas les damos la oportunidad de que se cobren, día tras día”. (De Poemas clandestinos).
Y a Roque Dalton se la cobraron, pero fueron sus propios compañeros de guerrilla. El poeta fue inmolado por sus propios compañeros de célula en una casa donde se le siguió un proceso para después convertirse en uno de los literatos salvadoreños más reconocidos por el mundo de las letras internacionales y por los intelectuales de la izquierda nacional.
Roque Dalton hacía reír a las piedras. Venía de un país centroamericano y chiquito, que él llevaba tatuado en todo el cuerpo. Allí cayó acribillado a balazos. La poesía de Roque era como él, cariñosa, jodona y peleadora. En la cara y en la poesía de Roque, una guiñada se convertía en un puño en alto.
No precisamos de un minuto de silencio para escuchar su risa clara. Ella suena alto y siempre, matadora de la muerte, en las palabras que nos dejó para celebrar la alegría de creer y de darse sacralizada por las izquierdas, satanizada por las derechas, la figura de Roque Dalton ha sido, hasta hoy, una de las más polémicas en nuestras letras. Desde las oscuras motivaciones de su asesinato (el 10 de mayo, cuatro días antes de cumplir sus cuarenta años) en manos de una “camarilla oportunista” en el seno de su organización, hasta la manipulación irresponsable e ideologizada de su obra. En el pasado se exhibió a Dalton cual unidad granítica que hermanaba en armonía perfecta al poeta y al hombre de partido.
Pero en su palabra hay cicatrices. “Desgarraduras”. Contradicciones connaturales al hombre que fue. El registro de una relación dolorosa, muchas veces antagónica y caótica. Sólo hacia el final el poeta cedió al partidario. Pero antes de llegar a Poemas Clandestinos, el escritor ya había dado a luz poemas tan hermosos como El Mar, libros tan bellos como Los testimonios y tan complejos como Taberna y otros lugares (Premio Casa de las Américas 1969).
Su obra, en la cual se transparenta una cultura y formación universal, está profundamente unida a la raíz nutricia de esa “patria dispersa” que amó con toda la sangre. Poesía en la que la imaginación vuela sin ataduras. La palabra dúctil, la metáfora bella, sorprendente.
En su país, donde todavía es estigmatizado por su lucha guerrillera, fue reconocido por la Asamblea Legislativa en 1998 como Poeta meritísimo.
Poeta jodón
por Eduardo Galeano
Roque Dalton, alumno de Miguel Mármol en las artes de la resurrección, se salvó dos veces de morir fusilado. Una vez se salvó porque cayó el Gobierno y otra vez se salvó porque cayó la pared, gracias a un oportuno terremoto.
También se salvó de los torturadores, que lo dejaron maltrecho pero vivo, y de los policías que lo corrieron a balazos.
Y se salvó de los hinchas de fútbol que lo corrieron a pedradas, y se salvó de las furias de una chancha recién parida y de numerosos maridos sedientos de venganza.
Poeta hondo y jodón, Roque prefería tomarse el pelo a tomarse en serio, y así se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad y de otras enfermedades que gravemente aquejan a la poesía política latinoamericana. No se salva de sus compañeros. Son sus propios compañeros quienes condenan a Roque por delito de discrepancia. De al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo.
“No confundir, somos poetas que escribimos desde la clandestinidad en que vivimos. No somos, pues, cómodos e impunes anonimistas: de cara estamos contra el enemigo y cabalgamos muy cerca de él, en la misma pista. Y al sistema y a los hombres que atacamos desde nuestra poesía con nuestras vidas les damos la oportunidad de que se cobren, día tras día”. (De Poemas clandestinos).
Y a Roque Dalton se la cobraron, pero fueron sus propios compañeros de guerrilla. El poeta fue inmolado por sus propios compañeros de célula en una casa donde se le siguió un proceso para después convertirse en uno de los literatos salvadoreños más reconocidos por el mundo de las letras internacionales y por los intelectuales de la izquierda nacional.
Roque Dalton hacía reír a las piedras. Venía de un país centroamericano y chiquito, que él llevaba tatuado en todo el cuerpo. Allí cayó acribillado a balazos. La poesía de Roque era como él, cariñosa, jodona y peleadora. En la cara y en la poesía de Roque, una guiñada se convertía en un puño en alto.
No precisamos de un minuto de silencio para escuchar su risa clara. Ella suena alto y siempre, matadora de la muerte, en las palabras que nos dejó para celebrar la alegría de creer y de darse sacralizada por las izquierdas, satanizada por las derechas, la figura de Roque Dalton ha sido, hasta hoy, una de las más polémicas en nuestras letras. Desde las oscuras motivaciones de su asesinato (el 10 de mayo, cuatro días antes de cumplir sus cuarenta años) en manos de una “camarilla oportunista” en el seno de su organización, hasta la manipulación irresponsable e ideologizada de su obra. En el pasado se exhibió a Dalton cual unidad granítica que hermanaba en armonía perfecta al poeta y al hombre de partido.
Pero en su palabra hay cicatrices. “Desgarraduras”. Contradicciones connaturales al hombre que fue. El registro de una relación dolorosa, muchas veces antagónica y caótica. Sólo hacia el final el poeta cedió al partidario. Pero antes de llegar a Poemas Clandestinos, el escritor ya había dado a luz poemas tan hermosos como El Mar, libros tan bellos como Los testimonios y tan complejos como Taberna y otros lugares (Premio Casa de las Américas 1969).
Su obra, en la cual se transparenta una cultura y formación universal, está profundamente unida a la raíz nutricia de esa “patria dispersa” que amó con toda la sangre. Poesía en la que la imaginación vuela sin ataduras. La palabra dúctil, la metáfora bella, sorprendente.
En su país, donde todavía es estigmatizado por su lucha guerrillera, fue reconocido por la Asamblea Legislativa en 1998 como Poeta meritísimo.
Poeta jodón
por Eduardo Galeano
Roque Dalton, alumno de Miguel Mármol en las artes de la resurrección, se salvó dos veces de morir fusilado. Una vez se salvó porque cayó el Gobierno y otra vez se salvó porque cayó la pared, gracias a un oportuno terremoto.
También se salvó de los torturadores, que lo dejaron maltrecho pero vivo, y de los policías que lo corrieron a balazos.
Y se salvó de los hinchas de fútbol que lo corrieron a pedradas, y se salvó de las furias de una chancha recién parida y de numerosos maridos sedientos de venganza.
Poeta hondo y jodón, Roque prefería tomarse el pelo a tomarse en serio, y así se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad y de otras enfermedades que gravemente aquejan a la poesía política latinoamericana. No se salva de sus compañeros. Son sus propios compañeros quienes condenan a Roque por delito de discrepancia. De al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo.